Una maleta rarísima

… Viajar implica aprender a soltar.

 

No creo que esté mal vivir de forma convencional («normal»), el problema creo radica en el cargar con tantos estereotipos, tantas ideas impuestas a nosotros mismos sobre qué hacemos, quién y cómo se 30062015_CerrarMaletaLlena (1)supone debemos ser; pues entonces uno aprende a  moverse con máscaras y culpas que no van, con ideologías que no son propias, con sueños o ilusiones que en ocasiones no vibran como nos gustaría porque simplemente no nos pertenecen.

Cuando salí de mi casa traía una maleta de 25 kilos, de un material ligero. Las cosas que cargaba en ella para este viaje sin rumbo marcado eran las más innecesarias. Dentro de la valija llevaba dos pijamas, dos pares de pantuflas, ocho pares de zapatos (entre ellos botas, botines y zapatillas <confieso que lo escribo y de nuevo muero de risa>), cuatro libros, un secador de cabello, una enorme toalla, entre otras cosas, lo más irónico es que el peso no lo tenían los objetos como tal, lo que pesaba en verdad era lo que ellos representaban: exceso de comodidad, la imagen (a la que muchas veces te limita u orilla el entorno social), el haber olvidado (o probablemente nunca haber aprendido) a ser quien quería y cómo anhelaba ser en realidad. 

Entonces un día estaba en el cuarto de un lindo hostel en Córdoba. Había sido una semana de clima frío y días nublados (que en ese tiempo no disfrutaba para nada); mi humor estaba como la canción de «La montaña» (Intoxicados):

«Soy un monumento al malhumor… hoy no hay metáforas…de vez en cuando caigo en estos agujeros, pide licencia el humor que siempre tengo, soy mil de azúcar para una sola de sal, tengo derecho yo a sentirme un día mal…»

Ciertamente no fue un día, ni dos o tres; fue al rededor de una semana en la que solo de ver mi maleta me daba una enorme pereza. En esos días pasé vario rato acostada en la cama viendo la dichosa valija; medio patético el si_20160918_230958.jpgasunto, sí, la cosa es que ya ambas no estábamos en el mismo plano, yo estaba cambiando y sin darme cuenta había empezado a soltar, a dejar ir pensamientos negativos, personas que no sumaban, recuerdos que figuraban como anclas, etiquetas que no pertenecían a mi persona; empecé a encontrarme conmigo misma, a percibir la hermosura en tantas imperfecciones, a notar que uno puede autodefinirse por el hecho de «ser», no por su empleo, por el coche o lo que dice tener; a disfrutar tanto de la soledad y el silencio como de la compañía de amigos y hermosas personas que empezaban a aparecer en mi vida; empece a fluir como yo quería.

 

De manera que me decidí a vender la enorme maleta y me deshice de muchos de losobjetos y prendas que traía, al final del día el peso se aligeró bastante.

Después de unos cuantos meses, aún cuaimg-20160705-wa0001-1.jpgndo sigo portando las mismas cosas desde aquella depuración, siento que cada que cambio de sitio la mochila que cargo en la espalda se encuentra más liviana.

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